Por ANULFO MATEO PÉREZ
Aún se investiga de dónde proceden los genes de los depredadores de
las arcas públicas dominicanas, al dificultarse la obtención del ADN del
inglés Francis Drake, el griego Plutarco de Samos, el turco Aruch
Barbarroja, el español Diego Ingenios y el del francés Pierre le Grand.
Para algunos hispanófilos, su ascendiente más probable lo es el
codicioso Henry Morgan o el también inglés Francis Drake, azote del
Caribe, comerciante de esclavos, político y vicealmirante de la Royal
Navy; pirata para España; corsario y héroe según Inglaterra.
De todas formas, lo importante no es el linaje, sino cómo vamos a
quitarnos de encima a esta legión de vagabundos metidos a políticos
exitosos, tildados de tales por sus inmensas riquezas hechas al vapor,
sin cruzar océanos ni librar batalla alguna; sin perder brazo, ojo ni
pata, distinto a sus ancestros.
Quizás por la influencia de su viaje a Egipto, donde se compiló parte
de los cuentos de “Las mil y una noches”, al presidente Leonel
Fernández se le ha ocurrido atribuir a una campaña mediática los
sucesivos escándalos de corrupción en su gobierno.
Pese a las denuncias, los implicados en esos bochornosos casos siguen
campantes en sus puestos, bajo la protección de los representantes de
la ley, que claman por las pruebas a las que no sólo ellos tienen
acceso, sino todo el que tiene ojos para ver.
Se puede colegir que estos depredadores tienen patentes de corso para
desvencijar el erario y que las palabras del presidente Fernández son
parte de la pirotecnia a la que nos tienen acostumbrados cuando
demandamos erradicar la corrupción y aplicar justicia.
Estamos secuestrados por corsarios y piratas, bendecidos por su Alteza Real el Rey. ¡Cuánto cinismo y simulación! ¿Hasta cuándo?
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