Como paquidermos
en una tienda de cristalería actúan los que nos desgobiernan, anclados en una
postmodernidad donde todo es válido al margen de la ética, y peor aún,
sumergidos en la putrefacción de un sistema político a punto de colapsar y
donde ellos serán sus propios sepultureros.
En el cuerpo de esa Cosa Nostra enquistada en el poder mutaron —para ser
peores— los genes de los pervertidos Henry Morgan, Francis Drake, Plutarco de Samos, Diego Ingenios, Pierre
le Grand, Provenzano y Al Capone.
Esta gente pervertida, van de las manos con los “desviados”, que categorizaba
la psiquiatría clásica como “prácticas sexuales anormales”, aquellas que en la
época eran contrarias a la “moral” de la sociedad.
Hoy, los términos y conceptos mucho han cambiado, y a esas conductas sexuales
se les clasifica como “parafilias”: exhibicionismo, fetichismo, pedofilia, voyeurismo,
necrofilia, entre otras desviaciones.
Lo perverso de
este peledeismo sin boschismo en el poder, rebasó los límites de lo que Carl
Marx tipificó en su obra cumbre como “acumulación originaria“, en el importante
capítulo “prehistoria del capital”.
Lo peor es que esa
“acumulación” de la pequeña burguesía rastrera no es sólo fruto de la apropiación de la
plusvalía resultado del trabajo ajeno, sino desvencijando las ya anémicas y
enflaquecidas arcas públicas.
Los que detentan
el poder —abanderados de la moral “cristiana”— como si se tratara de la
parafilia, se enseñorean en la lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia,
conocidos como los 7 pecados capitales.
Este cuadro
penoso, de gente pobremente rica, nos retrotrae al cuento “La apuesta” de Antón
Chéjov (1860-1904), donde un rico banquero terminó siendo más pobre que un “presidiario”
que cultivó la lectura.