Por ANULFO MATEO PÉREZ
I
La
propuesta de legalización del cultivo y consumo en Uruguay de la Cannabis Sativa,
mejor conocida como marihuana, ha encendido de nuevo la discusión sobre el
tema. Unos a favor de la legalización y otros que se mantenga la prohibición,
armados de argumentos económicos, sociales y sanitarios.
Es
razonable precisar que se trata de un tema delicado, porque el cultivo,
tráfico, venta y uso de la resina (hachís) y hojas de esa planta tienen un
impacto negativo sobre la salud de millones de personas en todo el planeta.
No
se discute de si el uso tiene efectos medicinales, porque quienes se oponen a
la legalización enfatizan sobre el cambio del “set de actitudes” de la sociedad
respecto al uso de drogas, efectos colaterales y adicción.
No
se trata de ponernos a la moda favoreciendo su comercialización, como el
tabaco, porque ya hace décadas los países que asumieron el uso “regulado” han
recibido el impacto negativo de esa política.
Se
habla de una supuesta inocuidad de la marihuana, cuando se compara con el
tabaco, alcohol, cocaína, heroína, LSD y el “popular” crack, pero la realidad
es que su uso es la puerta de entrada a estas últimas.
La
generalidad de los psiquiatras nos oponemos al cultivo y legalización de esa
droga, y de tantas otras, porque es demostrable que su uso perjudica desde el
punto de vista biopsicosocial.
El
Delta -9- Tetrahydrocannabinol, principio activo de la planta, provoca el
“Síndrome amotivacional”, aislando al paciente y alejándolo de sus intereses
primarios, como ocurre con la esquizofrenia.
Entre
los signos detectables del uso de la droga está la congestión de las
conjuntivas, sequedad de boca y garganta. Sus efectos inducen, por ejemplo, a
los accidentes de tránsito, porque bloquea la coordinación visuo-motora.
II
Lo
penoso es que la lucha contra las drogas se haya instrumentado como ariete
político desde los centros de poder mundial y que desde el ámbito progresista
se responda con una posición antagónica simplista, anticientífica y errática,
como es la legalización del cultivo, comercio y consumo de la marihuana.
La
reciente aprobación en Uruguay de la ley que permite cultivar, expender y usar
el cannabis sativa, es una decisión lamentable, que raya más allá de la
ingenuidad y la inmadurez política.
Unos
37 años del uso tolerado de marihuana en los "coffee shops" de
Holanda, Suecia, Alemania, Portugal, entre otros, ha demostrado que legalizar
esa droga no revierte el tráfico ni los altos niveles de consumo.
Al
contrario, el flagelo se ha expandido y sus efectos negativos sobre la salud
física y mental de sus ciudadanos se han multiplicado significativamente, sobre
todo entre los más jóvenes.
Según
la Oficina de
Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito, el cannabis es la sustancia
ilícita más consumida mundialmente: existen entre 119 y 224 millones de
usuarios en todo el mundo.
Apenas
el pasado jueves, la Fiscalía
belga reveló que una serie de allanamientos en ese país, Holanda, Alemania,
España e Italia permitió desmantelar una red de narcotraficantes, incautando
unos 410 kilos de cocaína.
La
droga, traficada desde América del Sur hacia el mercado europeo, ha logrado
multiplicar su demanda, entre otras causas, por el cambio del “set de
actitudes” de esas sociedades, que ahora son más permisivas al consumo.
La
legalización de la marihuana es un intento fallido contra el tráfico de drogas
y sus consecuencias. No olvidar que ese lucrativo e ilegal negocio beneficia a
enclaves de poder en todo el mundo. Se imponen otras estrategias.
III
Tal
es la fortaleza de las organizaciones mafiosas que patrocinan el narcotráfico,
que las estadísticas internacionales consideran que a nivel global blanquean
cifras tan altas de dinero, que representan entre el 3% y 5% del producto bruto
mundial, con la connivencia de enclaves del poder financiero.
Para
enfrentar con éxito la producción, tráfico, venta y consumo de drogas se
requiere de políticas integrales, que tomen en cuenta, entre otras, la
seguridad nacional, educación y aplicación rigurosa de la ley.
Son
necesarias políticas inclusivas en el orden económico-social, niveles
satisfactorios de los índices de crecimiento humano y combatir con firmeza la
incursión del narcotráfico, alejadas de la manipulación política.
El
consumo de drogas no es un problema en Cuba, porque el Estado ha enfatizado en
esa “política integral”, que incluye la legislación que lo prohíbe y la
educación para impedir su uso y adicción.
No
se debe minimizar la toxicidad de la marihuana, para justificar la
legalización, porque además de los síntomas y signos (agudos y crónico), esa
droga “blanda” daña la sustancia blanca cerebral.
Mediante
estudios de neuroimagen, científicos australianos han demostrado alteración
microestructural vinculada con el consumo de cannabis a largo plazo, en
adolescentes y adultos jóvenes.
La
resonancia magnética y las técnicas cartográficas más avanzadas demostraron que
esos consumidores de marihuana tenían afectadas estructuras cerebrales como el
hipocampo, cuerpo calloso y fibras comisurales.
Lo
pertinente es mantener la legislación que permite el uso del cannabis sólo en
los ensayos clínicos, encaminados a delimitar científicamente su posible
prescripción terapéutica, sin dañar la salud humana.
Diciembre,
2013.