La traición es una serpiente venenosa que acecha a todo el que se organiza en política, sobre todo el que posee liderazgo, carisma o se encuentra en el poder, terminando traicionado por sus más allegados.
El francés Joseph Fouché (1759-1820), falleció a los 61 años, dejando una estela de asco para el mundo. Se le considera un traidor, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga, vil alma de corchete, deplorable inmoralista.
Los que juegan un rol importante en la actividad política, es frecuente que padezcan de vértigos de liderazgo o de poder, sin pensar que esta condición no es para siempre ni la sociedad permanece inmóvil.
Ahora, con el cambio de gobierno y el papel que juega la Procuraduría General de la República, estamos viendo como algunos encumbrados comienzan a descender directamente a la cárcel y desplomarse su imperio.
Las fortunas mal habidas, mediante el saqueo al erario, comienzan a ser ocupadas por el Ministerio Público y juzgados sus autores en un proceso público, oral y contradictorio, tras la demanda del fin de la impunidad.
Los casos pulpo, caracol y coral y el sonado caso Odebrecht continúan su agitado curso, con un pueblo expectante, que no parpadea ni está dispuesto a que se continúe con el borrón y cuenta nueva.
Y como si todo esto fuera poco, ahora los padrinos de la corrupción se empequeñecen en la soledad del poder y sus más cercanos, como lo hizo Joseph Fouché, les traicionan buscando salvar el pellejo.