En la
dinámica de la lucha de clases, el desarrollo de liderazgos y la concentración
de poder político, vemos enseñorearse a personajes portadores de las distintas modalidades
clínicas del trastorno de personalidad, entre ellos el sociopático, quienes han
logrado puestos relevantes en la sociedad.
Para estos sujetos,
la gratificación narcisista es la que guía su comportamiento; dos de sus armas
son la simulación y la intimidación, mostrándose gélidamente indiferentes ante
el sufrimiento de los demás.
Estos
siniestros personajes logran el control de su entorno; llegan a la cima de las instituciones;
violan normas de convivencia para ampliar su poder, y lastiman a los que no se
someten a sus perversos deseos.
Cuando el sociópata
ingresa a la política y logra ascender, concentra todo el poder en sus manos,
reducen a la sociedad a sus propósitos más perversos, cerrándole los más
vitales espacios democráticos.
En estas
aciagas circunstancias de pandemia de Covid-19, los sociópatas se regodean
desde el poder adquirido para saquear los recursos públicos, sin importarles
las funestas consecuencias de su conducta.
Nada debe sorprendernos
de estos sujetos desalmados, porque se caracterizan por la falta de empatía y
de sentimientos de culpa, así como por el egocentrismo, impulsividad, tendencia
a la mentira y al chantaje.
La indiferencia
al sufrimiento de los demás le permite manipular y someter a otras personas sin
remordimiento ni culpa, como ocurre sobre todo en la política; son hedonistas y
temen al castigo.
Pero,
además, disfrutan dañar a los débiles; son egocéntricos e impulsivos; es
visible su pobreza emocional y su conducta delictiva; no aprenden de la
experiencia y corona su conducta la promiscuidad sexual.