Por ANULFO MATEO PÉREZ
El ejercicio gubernamental que ha encabezado Danilo Medina durante
estos últimos dos años, la primera mitad de su período constitucional,
no debe sorprender a quienes conocen de los fundamentos económicos,
políticos e ideológicos de una corporación llamada Partido de la
Liberación Dominicana (PLD).
Los tres períodos de gobiernos anteriores, bajo la batuta de Leonel
Fernández, y los dos años que ha presidido Danilo Medina, tienen el
mismo hilo conductor, pese a los contrastes de sus estilos personales.
Los fundamentos de sus políticas, desde 1996, lo constituyen un
“arroz con mango” del mal llamado Consenso de Washington, algunas de sus
prescripciones aplicadas con mucha corrupción y clientelismo político.
La receta del economista John Williamson precipitó la crisis en
América Latina, donde se aplicó, y aquí, con las características
descritas, viene azotando como huracán categoría cinco en la escala
Saffir-Simpson.
Las medidas neoliberales asumidas por el PLD, que por sí solas son
devastadoras para las capas medias y los más pobres, han hecho estragos
en la economía dominicana, caracterizada por grandes déficits fiscales.
Se han olvidado de la educación y la salud, limitándose ha
construcción y reconstrucción de infraestructuras, sin mejorar la
calidad de las mismas ni elevar los salarios del personal de ambos
sectores.
Emprenden reformas tributarias, cargando el mayor peso a las capas
medias y a los más empobrecidos de la sociedad, para elevar unas
recaudaciones que terminan en los bolsillos de funcionarios y abultadas
nóminas oficiales,
Además la privatización de las empresas estatales; entrega de
nuestros recursos a transnacionales y depredación del medio ambiente.
El PLD no debe seguir al frente de un país saqueado y moralmente destruido.
Raíces Radio
domingo, 24 de agosto de 2014
2016: ¿Matadero electoral?
Por ANULFO MATEO PÉREZ
De no conformarse un robusto movimiento nacional para enfrentar al peledeismo gobernante, las elecciones generales de 2016 podrían constituir un valladar para las organizaciones políticas que aspiran a llegar al poder a través de ese proceso comicial, por demás bastante desacreditado.
Sería, como hemos dicho en otras ocasiones, un matadero electoral; un medio para legitimar en el poder una vez más al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), quien controla a su favor la JCE y las altas cortes.
Para evitarlo, los opositores tendrían que arriar las banderas del sectarismo y prejuicio a ultranza, de la discriminación e intolerancia, y por lo contrario, izar la bandera de la ecuanimidad política.
Dejar atrás ciertos pruritos, que justifican el aislamiento y el concepto de capilla de esas organizaciones, y conformar un frente, ya que por separado no harían ni un sólo rasguño al continuismo morado.
Ese frente opositor de amplia unidad es posible, si la tolerancia es asumida, pese a las diferencias políticas e ideológicas. De no ser así, el oficialismo ganaría en 2016 y fortalecería su dictadura institucional.
No hablo de conciliación de clases, algo absurdo en cualquier escenario, sino de la unidad táctica para desplazar al PLD del poder, para la conformación de un gobierno que permita al menos cierta equidad política.
Si ese frente opositor enarbola un programa mínimo, con las demandas más sentidas de los sectores populares, se convertiría en una fuerza electoral imparable, arrolladora, un verdadero tsunami social.
Tendría la fuerza para cambiar la JCE y las altas cortes peledeistas; frenaría el uso y abuso de los recursos del Estado en las elecciones; se crearía una nueva correlación de fuerzas en los comicios del 2016.
De no conformarse un robusto movimiento nacional para enfrentar al peledeismo gobernante, las elecciones generales de 2016 podrían constituir un valladar para las organizaciones políticas que aspiran a llegar al poder a través de ese proceso comicial, por demás bastante desacreditado.
Sería, como hemos dicho en otras ocasiones, un matadero electoral; un medio para legitimar en el poder una vez más al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), quien controla a su favor la JCE y las altas cortes.
Para evitarlo, los opositores tendrían que arriar las banderas del sectarismo y prejuicio a ultranza, de la discriminación e intolerancia, y por lo contrario, izar la bandera de la ecuanimidad política.
Dejar atrás ciertos pruritos, que justifican el aislamiento y el concepto de capilla de esas organizaciones, y conformar un frente, ya que por separado no harían ni un sólo rasguño al continuismo morado.
Ese frente opositor de amplia unidad es posible, si la tolerancia es asumida, pese a las diferencias políticas e ideológicas. De no ser así, el oficialismo ganaría en 2016 y fortalecería su dictadura institucional.
No hablo de conciliación de clases, algo absurdo en cualquier escenario, sino de la unidad táctica para desplazar al PLD del poder, para la conformación de un gobierno que permita al menos cierta equidad política.
Si ese frente opositor enarbola un programa mínimo, con las demandas más sentidas de los sectores populares, se convertiría en una fuerza electoral imparable, arrolladora, un verdadero tsunami social.
Tendría la fuerza para cambiar la JCE y las altas cortes peledeistas; frenaría el uso y abuso de los recursos del Estado en las elecciones; se crearía una nueva correlación de fuerzas en los comicios del 2016.
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