Raíces Radio

sábado, 11 de enero de 2014

La lucha social

Por ANULFO MATEO PÉREZ

La lucha social debe ser la respuesta al caos económico, social y político a que nos ha conducido la partidocracia (PLD, PRD, PRSC y acólitos), desacreditada por el saqueo de los recursos públicos, la entrega del patrimonio nacional al gran capital local y transnacional y su burda manipulación.

Las revoluciones sociales no las hacen las “personalidades” o pequeños grupos revolucionarios, por muy brillantes o heroicos que ellos sean. Las hacen las masas populares en lucha persistente. 

A esa lucha social de los trabajadores y marginados, se suman sectores medios de la sociedad, conocedores de su empobrecimiento creciente, así como los intelectuales progresistas y revolucionarios.

Las organizaciones sociales, sindicales, políticas (progresistas y de izquierda) deben coordinar todo lo necesario para impulsar las acciones por las conquistas de sus derechos más sentidos, sin ceder al chantaje oficial. 

La solución de los problemas nacionales no está en manos de quienes los han provocado o agravado deliberadamente para pescar en “río revuelto” el patrimonio de la nación y eternizarse en el poder.

La lucha de clases no la inventó Carlos Marx ni es resultado de la instigación política, sino de los antagonismos de clases. Lo que hace falta es activarla para cambiar la correlación de fuerza a favor de las mayorías. 

El pueblo dominicano tiene que desplegar un gran esfuerzo por la democracia verdadera, la justicia social y económica, secuestradas por la derecha política, acunada en los partidos del sistema explotador y empobrecedor.

Y esa lucha debe combinarse con la batalla de las ideas, con las cuales los que nos desgobiernan han edificado su imperio, usando la radio, prensa, televisión, Internet, cine, escuelas y universidades.

miércoles, 8 de enero de 2014

Hijo de gato caza ratón


Por ANULFO MATEO PÉREZ

Para la época en que deslumbraban a Hollywood y al mundo, el cantante Frank Sinatra y el comediante Jerry Lewis, ofrecían un recital en Richmond, Indiana, con el propósito de recaudar dinero para la familia de un señor que en vida fue llamado “El maestro de la tortura”.

Los jefes del criminal, quien era un “buen” esposo y “cariñoso” padre de nueve hijos, habían decidido no colaborar para su liberación y lo abandonaron a su suerte, negados a dar su brazo a torcer a quienes lo tenían en la “cárcel del pueblo”, como valiosa pieza de intercambio por revolucionarios prisioneros.

Eran los febriles días que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) intervenía con afán en América Latina y el Caribe, para asistir en la “desaparición” de cualquier “amenaza a la seguridad”, y para ello qué mejor que un experimentado agente encubierto a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID).

Un hombre frío e imperturbable era el jefe de la Oficina de Seguridad Pública (OSP) en Uruguay, uno de los países más agitados por la confrontación política.

En apariencia, esa “oficina” era una división de la AID, pero su director en Washington, Byron Engle, era una de las manos más importantes de la CIA.

El 31 de julio de 1970, siendo las 8:15 de la mañana, si dirigía apaciblemente a su trabajo por las calles de Montevideo en su carro Opel, conducido por el sargento González, cuando fue chocado por detrás por una camioneta Internacional, de donde saltaron 10 jóvenes, que lo sacaron del asiento trasero y se lo llevaron en un carro Peugeot.

Daniel Anthony Mitrione (Dan Mitrione) tenía en su trabajo un lema: “El dolor preciso, en el momento preciso, en la cantidad precisa, para el efecto deseado”. Aconsejaba: “Antes que nada hay que ser eficiente. Hay que causar sólo el daño estrictamente necesario, ni un milímetro más. Se debe actuar con la eficiencia de un cirujano y con la perfección de un artista”.

Ese caballero estuvo por aquí. Vino de Brasil, donde pernoctó tras el golpe militar de 1964 contra João Goulart e inventó para la tortura la “silla del dragón”. Dejó amigos entrañables en la policía balaguerista, antes de partir hacia Uruguay, donde impartió cátedras sobre el dolor e interrogatorio, tomando de conejillo de Indias a limosneros secuestrados de las calles.

En Montevideo, unos muchachos lo capturaron, interrogaron durante más de una semana y ajusticiaron el 10 de agosto de 1970, día de su cumpleaños 50, cuando la CIA y el presidente Jorge Pacheco se negaron a dar la orden de intercambiarlo por guerrilleros Tupamaros prisioneros, cosechando lo que sembró.

Mitrione nunca imaginó que su hijo, Dan A. Mitrione Jr., iría a la Escuela del FBI donde él estudió, y que sería agente antinarcóticos con triste final, cuando en 1985 fue sentenciado a 10 años de prisión por ocultar 10 libras de cocaína, 850 mil dólares en efectivo y asesinato. Hijo de gato caza ratón.
14 diciembre, 2008.