Por ANULFO MATEO PEREZ
Desde el ámbito de la salud mental, la pandemia de coronavirus y su
impacto implica una perturbación psicosocial que podría sobrepasar la
capacidad de manejo o abordaje, en lo individual, familiar y
macrosocial, provocando ansiedad, miedo, angustia, tristeza, insomnio,
malhumor o pánico.
El cuadro clínico se acompaña de cambios en el funcionamiento
somático, como palpitaciones, tensión muscular, temblores, sensación de
“vacío en el estómago”, opresión precordial, entre otras molestias.
Estas reacciones podrían ser transitorias o mucho más permanentes,
que actúan como mecanismos de defensa que alertan y preparan para
enfrentarse a situaciones traumáticas, que podrían lograr estabilidad.
Prepara a los afectados para la tolerancia a la frustración y la
esperanza de superación de dificultades, pero si no logran capacidad
para la adaptación, entonces generan crisis, rompiendo el equilibrio.
Esto puede suceder en situaciones extremas, que vulneran las defensas
psicológicas de manera brusca, como sucede con el impacto del Covid-19
en china, Italia o España, donde las situaciones han sido extremas.
En estos casos aparecen reacciones psicosomáticas que ya no son
protectoras, sino que conducen a ciertas alteraciones emocionales de
gravedad y en algunos casos a verdaderas enfermedades mentales.
Se podría presentar una conmoción mayor si por falta de controles
efectivos la pandemia hace estragos en nuestro país, amenazando la vida
de las personas, lo que implicaría situaciones muy prolongadas de
estrés.
Por todo ello, es que el Ministerio de Salud, el SNS y la Dirección
General de Salud Mental deben estar preparados para intervenir en
poblaciones afectadas por registros de casos de Covid-19, y así evitar
el pánico colectivo.
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