Por ANULFO MATEO PÉREZ
Luego del paso del huracán Irma, las autoridades sanitarias deben
tomar en cuenta a las poblaciones afectadas por situaciones de
emergencia, para procurarles la debida protección a su salud mental y
bienestar psicosocial, ya que pueden estar padeciendo pérdidas
materiales y diversas afecciones de salud.
Los organismos para asistir a las personas en riesgo por el paso del
referido meteoro deben agilizar la ayuda para evitar peores daños a los
grupos más frágiles, que podrían presentar serias alteraciones mentales.
Posterior al paso de los poderosos huracanes David (1979), George
(1998) y las inundaciones del Río Blanco -río Soulier- (2004) asistí a
pacientes atormentados en San José de Ocoa, San Juan de la Maguana y en
Jimaní.
En esas localidades hallé personas muy pobres con estrés
postraumático; duelo por muerte de familiares y amigos; depresión con
ideación e intento suicida y enfermedades mentales graves, moderadas y
leves.
En las inundaciones de Jimaní, acudí como parte de un grupo de
experimentados psiquiatras que integraba un amplio equipo
multidisciplinario, abordando con apoyo emocional y psicofármacos a los
más afectados.
Tras catástrofes naturales, como es el paso de un huracán, suelen
incrementarse reacciones depresivas, furia, agresividad y un
comportamiento suicida en la población impactada.
No obstante, apreciamos el contraste con otras personas que
reaccionaron de forma constructiva tras la experiencia potencialmente
traumática, actitud fuertemente vinculada con el desarrollo personal.
En estos casos se pueden apreciar la confianza en la propia capacidad
para reconstruir la vida, y una firme sensación de fortaleza interior,
que sirven de mucho apoyo a otras personas que no tienen esos atributos.
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