Por ANULFO MATEO PÉREZ
Cuando cursaba el bachillerato recibí de mi profesor de
Literatura los mayores estímulos para seguir leyendo y emborronando cuartillas
sobre temas diversos, que luego guardaba en un maletín.
Rafael Herrera Suazo (Yaque), profesor, poeta, escritor
refinado, era además un ser humano pintoresco, lleno de un humor
extraordinario, que hacía de sus exposiciones en el aula un exquisito manjar.
Una de las notas curiosas de este sanjuanero, es que
escribió su propio panegírico el 25 de diciembre de 1943, unos 46 años antes de
su muerte, acaecida el 10 de octubre de 1989.
“Su cuerpo envuelto en los crespones rosáceos de la tarde, y
cobijado por los mantos plateados de la noche, fue colocado sobre el féretro
augusto de la melancolía…”, reseña una parte de la pieza.
En la Canción Doliente,
expresaba: “Era de noche en el cielo y era de noche en la tierra/
¡Cuántas sombras en mi alma y cuántas almas en la sombra! El
bombillo del espacio/ colgado del tiempo”.
Una mañana, invitó a un tímido estudiante a “explicar” ante
sus compañeros el tema del día, pero el adolescente, mientras balbuceaba,
miraba fijamente al profesor.
De inmediato Yaque le llamó la atención, advirtiéndole que
se dirigiera a los alumnos, que no tenía por qué fijar su mirada en él… pero el
atormentado expositor seguía desobedeciendo su mandato.
Entonces, optó por cruzar los brazos y darle la espalda,
observándole de reojo, hasta que se percató que el angustiado alumno continuaba
mirándole.
Precedido de un “boche a lo Yaque”, al insistente “mirón”, y dado que no
podía abandonar el aula ni dejar de cumplir con su tarea, raudo se escondió
debajo del escritorio.
Los aplausos de sus “fans” fueron tan estruendosos, que otros
profesores acudieron a ver qué sucedía donde Yaque.
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