Por ANULFO MATEO PÉREZ
El jovencito pasa varios días en la cárcel solitaria, oscura y
fétida. Luego de intensos interrogatorios, torturas físicas y
psicológicas, es traducido a la Justicia por violar las leyes 6, 70 y
71, que prohíben la “práctica del comunismo”.
El G-2 del Ejército le instrumenta un expediente, que contiene una
acusación grave: “Conspirar contra la estabilidad del Estado”. Las
pruebas: Octavillas del 1J4 que incitan a la lucha armada para derrocar
al Gobierno.
—¿Cómo es posible acusar a este adolescente de distribuir octavillas
contra el Gobierno que preside su excelencia Joaquín Balaguer -argumenta
el procurador fiscal-, si las mismas están fechadas en 1963?
Preocupado, un oficial del G-2 —vestido de paisano— sube a estrado y
susurra algo al juez; éste asiente con la cabeza y le indica que retorne
a su asiento.
—Este expediente es un mamotreto, —insiste el fiscal— una burla a la
Justicia. En consecuencia, honorable magistrado, solicito que a este
joven se le declare inocente y se deje en libertad.
Las personas que llenan la sala de audiencia no salen de su asombro.
Por su lado, el oficial del G-2, como si tuviera un resorte bajo sus
glúteos, salta de nuevo al estrado para susurrar algo al juez, pero éste
en tono drástico le ordena:
—¡Deténgase; baje de estrado y siéntese! ¡No vuelvas a interrumpir o
de lo contrario ordeno que sea sacado de la sala! Después de recobrar la
compostura, el magistrado dictamina:
—Acojo en todas sus partes la solicitud del Ministerio Público y declaro inocente al acusado...
Una semana después, juez, fiscal y dos abogados de la defensa juegan
una partida de Dominó en el patio de la residencia del primero y el “ex
acusado” hace de anotador, como de costumbre.
2/Enero/2010
Otro cuento: La viuda alegre
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