La
crítica no debe ser el instrumento de la mezquindad para hallar defectos y
solazarse en el mal ajeno, apartándose de la justicia para dar rienda suelta al
odio, que siempre lleva en sí la mediocridad del sentimiento. La crítica, fruto
de pechos generosos, es el ejercicio del criterio para construir el bien
colectivo.
Quien
expresa sus ideas para construir, no debe olvidar que en ese apasionado afán se
agitan las aguas que destruyen los falsos ídolos y las malas obras, como ocurre
en la política y cuando se detenta el
poder.
Decía
el apóstol José Martí, con sobrada razón, que es criminal quien sonríe al
crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a su mesa; quien se sienta a
la mesa de los que se codean con él o le extiende su mano.
El
que se ejercita en la crítica transformadora y hace bien a la sociedad, expone
su vida a la lanza siniestra y cobarde de quienes temen a ella por la
enfermedad del egoísmo, el cohecho y el odio visceral.
Pero
quien esconde por miedo su opinión y con ello favorece a los tiranos o a los
que pretenden serlo, es tan cobarde como el que entrega su arma para que sea
usada contra los que con firmeza la empuñan.
El
que detenta el poder o disfruta de él sin mirar de forma generosa a su pueblo, no
comprenderá jamás que la libertad es el derecho que tienen las personas a pensar,
hablar y actuar sin hipocresía.
La
ignorancia mata a los pueblos, por eso es preciso matar a la ignorancia con la
crítica responsable y prudente, que sustenta la humildad y la razón, acompañada siempre
de la generosidad y el amor.
Por
todo lo anterior, critico al peledeismo que renunció al boschismo, asumió el
balaguerismo y el neotrujillismo, y para perpetuarse hace un ejercicio perverso
y espurio del poder, que corrompe y envilece.
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