Por ANULFO MATEO PÉREZ
Las
más recientes revelaciones de la ministra de Salud Pública sobre la situación
de esa cartera, es sólo una muestra del caos en que se desenvuelve la misma
desde hace décadas. Los datos aportados constituyen sólo la punta del iceberg
del dispendio, desorden, ineficiencia institucional y la politiquería.
La
doctora Altagracia Guzmán Marcelino da a conocer que de 73 mil empleados, 1, 373
de distintos niveles no justifican sus salarios. Si se limitara a esta última
cifra, fuera un mal menor ante el desastre.
Como
el “Infierno de Dante”, los centros estatales de salud son el vestíbulo del
infierno; están carcomidos por la pereza, el fraude y la violencia. Son un
reflejo fiel del sistema político que padecemos.
La
deshumanización progresiva es más que espeluznante, ante la indiferencia de
quienes deben velar para que la prevención, acciones curativas y de rehabilitación
se ofrezcan con calidad y calidez.
Los
planes anunciados por Guzmán Marcelino son alentadores, pero sabemos que
mientras el sistema de salud y el modelo político imperante prevalezcan, sus
intenciones no pasarán de ser sólo una aspiración.
Porque
se trata de un sistema que privatiza cada vez más sus servicios y que el
personal de salud y de apoyo mal remunerado no funciona a nivel de los
requerimientos que demanda la población a nivel nacional.
Uno
de los grandes escollos que tiene el Ministerio, es que una apreciable parte de
la dirección médico-administrativa es fruto de las “recomendaciones”
(permítanme el eufemismo) de politiqueros corruptos.
Y
para colmo, la medicina privada a través de sus “caballos de Troya” —para
engrosar su “banco de pesca”—, torpedea la eficiencia de los
centros de salud del Estado. La
Iglesia en manos de Lutero. Un secreto a voces.
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