Por ANULFO MATEO PÉREZ
Los grandes daños que los corruptos han infringido al país no se limitan al
aspecto económico, sino que tocan lo social y ético-moral, con su carga de
impunidad para los mayores responsables de su institucionalización y rápida
expansión en el tejido social y en particular en la administración pública.
Tras el ajusticiamiento de Rafael L. Trujillo Molina (quien encabezó la más
sanguinaria dictadura en América, 1930-1961), la partidocracia y la clase
dominante, a quien le ha servido, han depredado el erario.
Así, la corrupción ha logrado profundizar las desigualdades
económico-sociales, colocándose el país, de acuerdo al Banco Mundial, entre los
diez de América “más ineficaces” en la lucha contra ese flagelo.
El oficialista PLD, quien al término de la gestión de Danilo Medina habría
gobernado durante 16 años, ha sufrido la metamorfosis de partido a corporación
económica, a expensa del patrimonio público.
Ha sustentado su desarrollo sobre la base de enriquecer a sus dirigentes a
nivel nacional, para blindarse en base a su fuerza económica y control de los
poderes públicos, estructurando una dictadura institucional.
Poco a poco, el “peledeismo corporativo” ha ido abonando el pesimismo en el
“inconsciente colectivo”, como estrategia para impedir el empoderamiento popular
que procure el cambio político, social y económico.
Expresado desde “esto no lo arregla nadie” hasta “lo que se necesita es un
Trujillo”, es decir, la imposición del estatus quo o una “regresión” a un
período de supremo oscurantismo de la sociedad dominicana.
La situación es tal, que esta dictadura institucional peledeista ha ido
logrando paso a paso el mutismo de los “honrados” de pacotilla, pervirtiendo a
todos los que estén dispuestos hacer causa común con ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario