Por ANULFO MATEO PÉREZ
No
deja de preocuparme que casi todas las semanas esta columna se dedique a la
crítica. Mi deseo sería estimularlos tratando temas relacionados con la bonanza
de todos y la aplicación en esta media isla de una verdadera justicia social y
económica.
Me
encantaría poder pasar revista a la alfabetización que erradique la ignorancia,
o cómo la insalubridad es enfrentada con éxito en todo el ámbito nacional.
Muy
a pesar de mis deseos, nunca les mentiría pintando pajaritos en el aire, en un
país por lo demás deforestado. No es correcto hacer como el avestruz, que
esconde la cabeza en un agujero para no ver la realidad circundante que le
amenaza.
Me
siento en el compromiso de decir mi verdad, que siento no está lejos de la
percepción que tiene una buena parte de la nación, contraria a los cuentos de
camino de quienes conducen el país al despeñadero.
¿Cómo
guardar silencio, por ejemplo, frente a lo que acaban de hacer los miembros de la Cámara de Cuentas, que se
han elevado los sueldos en proporciones escandalosamente desmedidas, con la
connivencia de los tres poderes del Estado, engrosando de esa manera el grupo
de servidores públicos que antes hicieron lo mismo sin ningún sonrojo, bajo la
mirada de los infelices que reciben salarios miserables?
Lo
curioso del caso es que estos funcionarios corruptos son por lo general cristianos
militantes, católicos en su inmensa mayoría. Personas que al momento de las
grandes festividades asisten a los Tedeum y a otros actos religiosos con una
solemnidad envidiable.
En
las primeras enseñanzas cristianas, la Iglesia Católica establecía la
división del pecado en “veniales” y "mortales". Los primeros, según esas
prédicas, son menores y pueden ser perdonados mediante cualquier sacramento.
Los segundos, al ser cometidos, destruyen la vida de gracia y crean la amenaza
de condenación eterna, al menos que sean absueltos mediante el sacramento de la
confesión, o perdonados luego de una perfecta contrición por parte del
penitente.
La
popularidad de los Siete Pecados Capitales fue alcanzada a principio del siglo
XIV como tema entre los artistas europeos de la época, integrándose en muchas
áreas de la cultura y conciencia
cristiana a través del mundo. Luego se dio a conocer en la obra de Gregorio I.
el Magno, en el siglo VI, y después por Dante Alighieri, en la “Divina
Comedia”, su obra cumbre.
No
deseo la “condenación eterna” (o en la versión terrenal, el bang, bang, bang o
el ratatatá) para nadie, ni mucho menos que sean excomulgados los que incurren
en esas “indelicadezas”, como hizo la Iglesia con los legisladores mejicanos que
aprobaron la ley que autoriza el aborto, pero como son católicos militantes
quienes se elevan los sueldos de forma tan ventajosa y sustraen los recursos
del Estado para el clientelismo político y otras aberraciones, sería
conveniente que no olvidaran los pecados que les llevarían, según su fe, a una
situación embarazosa.
Lujuria,
Gula, Codicia, Ira, Envidia, Orgullo/Soberbia y Pereza son los Siete Pecados
Capitales. No voy a decir que a todos los que incurren en esos desafueros les
corresponda hacer acto de contrición por ellos, pero los lectores están en
libertad de asociarlos a los camajanes que se dicen católicos y proclaman a los
cuatro vientos su sacrificio y honorabilidad en el ejercicio de sus “inmaculadas”
funciones públicas.
13 de mayo de 2007.
13 de mayo de 2007.
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