Por: ANULFO MATEO PÉREZ
Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras.
Los hombres en su emigración hacia oriente hallaron una llanura en la
región de Senaar y se establecieron muy contentos allí.
Y se dijeron unos a otros: “Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego”.
Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras y de un extraño betún
blanco blanquito en lugar de argamasa.
Luego dijeron: “Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide
llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos
sobre la faz de la Tierra”. “¡E’ pa’rriba que vamos!”.
Mas Yahveh descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres
estaban levantando y dijo: “He aquí que todos forman un solo pueblo,
todos hablan una misma lengua y todos comen solos, siendo este el
principio de sus empresas”.
Entonces, el semita Arturo del Tiempo Marqués dio inicio a la
construcción de la Torre de Babel –conocida luego como “Torre Atiemar”– y
al no hallar piedras utilizó ladrillos, unidos entre sí con argamasa de
cocaína.
El dios asirio Ninurta olfateó el tóxico olor de tan extraña mezcla y
mandó a trancar el Tiempo, con todo y reloj Rolex, e incautó el
“material”. Al conocerse la noticia en la “Torre Atiemar”, todos se
tornaron con la piel de gallina y los pelos de punta.
Y para evitar que “pandiera el cúnico” y se armara la de “no te
menee”, una voz celestial dijo:
“Descendamos y allí mismo confundamos su
lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros”. De modo
tal, que todos los condómines se volvieron sordos y mudos.
Así, con un picazo inaugural, Yahveh amarró la lengua de los
adquirientes del “vetusto” inmueble. Y desde entonces, poco se sabe de
Babilonia, de la Torre y de los sordomudos. Palabra de Dios. ¡Te
alabamos Señor!
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