Por ANULFO MATEO PÉREZ
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Gracias
al avance de las ciencias y la técnica, hoy conocemos la etiopatogenia de los
trastornos del ánimo, y que la depresión no tiene ninguna relación con la
“bilis negra”, como pensaba el filósofo Demócrito, sino con neurotransmisores
cerebrales, las catecolaminas, que se hayan en el sistema nervioso central.
Estudios
a nivel cerebral nos han permitido conocer que la noradrenalina y la dopamina
participan en el tono afectivo y que si disminuyen causan depresión y si se
elevan exaltación del estado de ánimo.
Estas
conclusiones han contribuido a que la industria biomédica elabore moléculas que al
ser ingeridas eleven los niveles de esos neurotransmisores y restablezcan,
junto a la psicoterapia, la salud del enfermo.
En
el pasado, reputados autores consideraron la depresión como la “epidemia del
siglo” XX, y tal concepto se mantiene vigente, dada la alta incidencia y
prevalencia de la misma, así como del suicidio.
Ese
trastorno del ánimo afecta a hombres y mujeres, a infantes y adultos, ricos y
pobres, obreros e intelectuales, militares, políticos militantes e
indiferentes, a religiosos y no creyentes, en fin, a los distintos segmentos de
la sociedad.
La
depresión puede presentarse como síntoma acompañante de otras afecciones y como
enfermedad. Puede ser reactiva a contingencias generadas en la interrelación
sujeto-medio y de origen endógeno.
Puede
ser secundaria a tumores cerebrales o a la esclerosis, infecciones, trauma
craneo-encefálico, o como secuela de otras afecciones como la epilepsia y la
enfermedad de Parkinson.
Es
muy frecuente tras los accidentes cerebro-vasculares, en el alcoholismo y otras
toxicomanías. En enfermedades renales, hepáticas, diabetes mellitus,
hipotiroidismo, menopausia y tuberculosis pulmonar.
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