Por ANULFO MATEO PÉREZ
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La respuesta a esta pregunta no siempre es objetiva. Muchas personas realizan sus actividades cotidianas cargando un fardo de malestares que suelen asociar al pródromo de afecciones gripales o al cansancio por exceso de trabajo, cuando en realidad están siendo afectadas por una depresión.
Esta enfermedad es un trastorno del estado de ánimo caracterizado por una disminución de las energías psíquicas, físicas, y de la autoestima; el pensamiento se hace lento y su contenido es de ideas tristes y sobrevaloradas.
Al paciente le embarga el pesimismo, autocompasión, limitando su relación con el entorno social, disminuyen sus funciones sexuales y neurovegetativas. Realizar el aseo personal resulta una verdadera proeza.
Por supuesto, la depresión puede presentarse desde una fase subclínica (leve), casi imperceptible, hasta una depresión profunda, con un rango psicótico que puede amenazar la vida por las ideas suicidas.
El deprimido puede presentarse irritable, poco amigable y rechazar el contacto social. La vivencia depresiva es indescriptible: se conjugan la tristeza, amargura, remordimiento, apatía y sentimientos de culpa.
Por lo general, el enfermo tiene conciencia de su incapacidad y es cuando aparecen las ideas de que la vida no vale la pena, presentando el acto suicida para terminar con el sufrimiento depresivo.
En textos bíblicos se haya descrita la depresión. Ya se había conocido ese padecimiento en los relatos de Homero, Aristóteles, Areteo, Asclepíades, Plutarco y otros ilustres predecesores de nuestra cultura.
Hipócrates había descrito la depresión en el filósofo Demócrito, quien a su vez se empeñó en estudiar la “bilis negra”, como supuesta fuente de la enfermedad. Hoy conocemos su fisiopatología y tratamiento.
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