La palabra oral tuvo siempre un valor intrínsico, ceñido a preceptos
religiosos, éticos y morales, con repercusión a favor o en contra del honor de
quien se comprometía con ella en un pacto, acompañándose a veces con el ritual
de una mirada a los ojos de la contraparte y un simbólico apretón de manos.
La aparición de la escritura constituyó un hito para dar paso de la sociedad
de la barbarie a la civilización, no obstante, tenemos que admitir que la
palabra oral no deja de ser un elocuente dato civilizado.
Hemos escuchado de nuestros mayores, que en el pasado reciente los contratos
mediante la palabra oral entre dos hombres, sin que aún existiera el estudio del
ADN, sólo se acompañaba con un pelo del bigote.
“La palabra es sagrada”, se solía decir, y debía ser cumplida por encima de
todas las circunstancias, y de no ser así malograba el honor de la persona que
incumplía el compromiso o negaba el mismo.
Desconocer un trato, hecho mediante la palabra oral, es decir, mentir para no
corresponder al acuerdo entre las partes, llevaba al repudio o a la violencia,
por ser muy ofensivo para la persona defraudada.
Es de lamentar que los politiqueros hayan devaluado tanto la palabra oral, y
también la escrita, mintiendo en cada acto de su vida ante los ciudadanos;
usando contra el país la simulación y el engaño vil.
El maestro de la simulación y el engaño lo fue Joaquín Balaguer, quien se
reeligió una y otra vez en la Presidencia, lastimando el sentir democrático de
los dominicanos, testimoniado durante la tiranía de Trujillo.
La violación del presidente Danilo Medina a la palabra empeñada, en cuanto a
no optar por la reelección al cargo, tiene un precio político muy alto, ante un
pueblo cansado de tanta demagogia y fraudes políticos.
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