Con
razón Platón decía en “La
República ”, su más influyente obra, que “…la vejez es un
estado de reposo y libertad de los sentidos. Tan pronto como las pasiones se
relajan y dejan de hacer sentir su aguijón, lo dicho por Sófocles se comprueba
plenamente: queda el hombre libre de múltiples y furiosos tiranos”.
Y
a renglón seguido, el genio agregaba con certeza: “Con respecto a las quejas de
los viejos y a sus pesares domésticos, no es en la vejez, sino en el carácter
de los hombres donde debemos buscar la causa”.
La tercera edad es una etapa de la vida influenciada por la
opinión social, la cultura donde se desenvuelve el anciano, expuesto al
sentimiento de soledad, segregación y, en este país, carente de apoyo estatal.
En
nuestro medio persiste el prejuicio contra las personas de la tercera edad, magnificando
sus limitaciones para la vida sexual y de pareja, así como de la propia
funcionalidad e integración social.
Cicerón
señalaba: “… los viejos conservan su intelecto si mantienen activa su mente y
la emplean a toda capacidad”. Para lograrlo necesitan espacios amigables y
tolerantes a sus lógicas limitaciones.
Atendiendo
a esas recomendaciones, la clave para un buen envejecimiento son: mantener
activo el cuerpo y el cerebro, así como ampliar las relaciones sociales para desarrollar
sus potencialidades.
Son los ancianos el
segmento poblacional con el más rápido crecimiento, por lo que el Estado tiene
el deber de asumir políticas efectivas para protegerles, como ocurre en otras
latitudes con equidad social.
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