Por ANULFO MATEO PÉREZ
Los gobernantes impopulares en la República Dominicana
olvidaron, o tal vez nunca lo tuvieron en cuenta, que para la existencia y
reproducción del Estado es indispensable inspirar respeto y confianza, factores
absolutamente indispensables para lograr el poder y la autoridad sobre los
gobernados.
Por lo general se interpreta como sinónimo de poder
la capacidad de coerción o de manipulación pese a la oposición de otros, o lo que es lo mismo, el uso de la fuerza
para imponerse ante lo demás.
Se garantiza la salud del Estado, con el respeto y
la confianza obtenidos del pueblo, a los que se les suma el elemento
consensual; no el exclusivo recurso de la coerción, que por lo general es sobrevalorado.
Lo que he afirmado precedentemente no debe
confundirse con el concepto hegemonía, traducido al papel central que juega una
clase social en una alianza con otros sectores, para transformar un estado.
En el caso actual del gobierno peledeista y sus
predecesores, se ha enfatizado siempre en el elemento coacción, como “garantía”
de una legitimidad inexistente, dada la tramposería en el proceso de su elección.
Hasta ahora, los gobiernos se han empeñado en usar
la coerción de grupos político-corporativos sobre el pueblo, y sus limitadas
alianzas han desconocido las leyes y Constitución que ellos mismos se han dado.
Estamos ante un gobierno sordo, ciego y mudo que
carece no sólo de respeto, confianza y autoridad, sino de capacidad de
gobernar, lo que puede conducirnos más adelante a lo que se conoce como “vacío
de poder”.
Sumado a todo ello la corrupción, impunidad,
podredumbre institucional, desconocimiento de los derechos e ingobernabilidad,
es lo que ha ido abriendo el camino de una inevitable confrontación pueblo-gobierno.
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