La imposición del neoliberalismo a nivel planetario por el poder unipolar, a
través del FMI y el Banco Mundial, ha sometido a la República Dominicana durante
décadas a graves problemas socio-económicos, diezmando las luchas
reivindicativas en desarrollo, como ha sucedido con otros países de América
Latina.
Inflación, desempleo, disminución de los niveles salariales y de la calidad
de vida, las bajas inversiones en los sectores productivos, han conformado un
conjunto de fenómenos que lastiman el tejido social.
El PLD en el poder abrió las puertas a la criminalidad en sus más diversas
expresiones, fracturó los lazos sociales, banalizó la actividad política,
acentuó el clientelismo, así como el tráfico y consumo de drogas.
Sus gobiernos son culpables de esta debacle, resultado también de la
privatización de las empresas estatales y enajenación de sus riquezas; pérdida
de la soberanía y putrefacción de las instituciones públicas.
Sin embargo, el momento político ha cambiado por la irrupción del movimiento
Marcha Verde, que demanda justicia ante la corrupción e impunidad, a un poder
que conculca los derechos de las grandes mayorías.
Los dominicanos han despertado del encantamiento, para ver con toda claridad
los entresijos del poder peledeista, que los obligó a prosternarse, mientras
unos pocos se apropiaban del patrimonio público.
Ahora el gobierno se empeña en convencer que la razón es pura subjetividad,
fruto de la duda y la crítica incierta, para llevar confusión a sus opositores
que exigen paz, orden, justicia social y económica.
En tanto, desde el Palacio Nacional se manipula el caso Odebrecht, con el
propósito de llevar pesimismo y frustración a la Marcha Verde, que este domingo
muestra su firme y vigoroso mensaje de esperanza.
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