Por ANULFO MATEO PÉREZ
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Carlos Marx entendía que para el propio ascenso del progreso material tras el
desarrollo inusitado de las fuerzas productivas que tenía su apoyatura en la
ciencia, debía propiciar al mismo tiempo el libre desenvolvimiento de las
relaciones sociales y el predominio del más acendrado humanismo.
Por tanto, el propio desarrollo cultural, y libre desenvolvimiento de las
relaciones estéticas y éticas basadas en el desempeño del hombre con todas sus
prerrogativas garantizadas, era para él la mayor realización de la
democracia.
Es conveniente hacer una corrección de ciertos conceptos que tergiversan las
ideas de Marx, en cuanto a la esencia y término de la “dictadura del
proletariado”.
Él no habló de dictadura de un partido, ni como liderazgo político
permanente. Esas fueron lecturas tergiversadas de la teoría expuesta, que
llevaron a cometer serios errores en la construcción del socialismo.
En la Crítica al Programa de Gotha, Marx apunta un aspecto raigal de la
democracia que es el derecho; insiste en que la sociedad que acaba de salir del
capitalismo presenta las taras de la vieja sociedad.
La igualdad aquí se mide por el mismo rasero: el trabajo. Dice:
“Indefectiblemente en el socialismo no reina la plena igualdad, ya que NO todos
los individuos tienen la misma capacidad física y mental y por tanto unos
aportarían más que otros”.
Incluso, Marx reconoce la posibilidad de que unos sean más ricos que otros, y
al mismo tiempo apunta la certera idea de que estos defectos son inevitables en
la primera fase de la sociedad comunista.
Esta concepción fue adulterada por muchas experiencias de construcción del
socialismo en el mundo, que se propusieron un igualitarismo económico y
cultural, por encima de las condiciones económicas existentes.
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