Por ANULFO MATEO PÉREZ
Para la época en
que deslumbraban a Hollywood y al mundo, el cantante Frank Sinatra y el
comediante Jerry Lewis, ofrecían un recital en Richmond, Indiana, con el
propósito de recaudar dinero para la familia de un señor que en vida fue
llamado “El maestro de la tortura”.
Los jefes del
criminal, quien era un “buen” esposo y “cariñoso” padre de nueve hijos, habían
decidido no colaborar para su liberación y lo abandonaron a su suerte, negados
a dar su brazo a torcer a quienes lo tenían en la “cárcel del pueblo”, como
valiosa pieza de intercambio por revolucionarios prisioneros.
Eran los febriles
días que la Agencia Central
de Inteligencia (CIA) intervenía con afán en América Latina y el Caribe, para
asistir en la “desaparición” de cualquier “amenaza a la seguridad”, y para ello
qué mejor que un experimentado agente encubierto a través de la Agencia Internacional
para el Desarrollo (AID).
Un hombre frío e
imperturbable era el jefe de la
Oficina de Seguridad Pública (OSP) en Uruguay, uno de los
países más agitados por la confrontación política.
En apariencia, esa
“oficina” era una división de la
AID, pero su director en Washington, Byron Engle, era una de
las manos más importantes de la
CIA.
El 31 de julio de
1970, siendo las 8:15 de la mañana, si dirigía apaciblemente a su trabajo por
las calles de Montevideo en su carro Opel, conducido por el sargento González,
cuando fue chocado por detrás por una camioneta Internacional, de donde
saltaron 10 jóvenes, que lo sacaron del asiento trasero y se lo llevaron en un
carro Peugeot.
Daniel Anthony
Mitrione (Dan Mitrione) tenía en su trabajo un lema: “El dolor preciso, en el
momento preciso, en la cantidad precisa, para el efecto deseado”. Aconsejaba:
“Antes que nada hay que ser eficiente. Hay que causar sólo el daño
estrictamente necesario, ni un milímetro más. Se debe actuar con la eficiencia
de un cirujano y con la perfección de un artista”.
Ese caballero
estuvo por aquí. Vino de Brasil, donde pernoctó tras el golpe militar de 1964
contra João Goulart e inventó para la tortura la “silla del dragón”. Dejó
amigos entrañables en la policía balaguerista, antes de partir hacia Uruguay,
donde impartió cátedras sobre el dolor e interrogatorio, tomando de conejillo
de Indias a limosneros secuestrados de las calles.
En Montevideo, unos
muchachos lo capturaron, interrogaron durante más de una semana y ajusticiaron
el 10 de agosto de 1970, día de su cumpleaños 50, cuando la CIA y el presidente Jorge
Pacheco se negaron a dar la orden de intercambiarlo por guerrilleros Tupamaros
prisioneros, cosechando lo que sembró.
Mitrione nunca
imaginó que su hijo, Dan A. Mitrione Jr., iría a la Escuela del FBI donde él
estudió, y que sería agente antinarcóticos con triste final, cuando en 1985 fue
sentenciado a 10 años de prisión por ocultar 10 libras de cocaína, 850
mil dólares en efectivo y asesinato. Hijo de gato caza ratón.
14 diciembre, 2008.
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