Los
acontecimientos más recientes sucedidos en Honduras, antes y después de las
fraudulentas elecciones generales, son fáciles de descifrar en la medida la
conducta política del bloque oligárquico y su maridaje con el imperio es una
constante histórica en América Latina y el Caribe.
La
oligarquía en Honduras, y en otras realidades al sur del río Bravo, ha
patrocinado siempre las dictaduras y los golpes de estado contra gobiernos
liberales, bajo las instrucciones y tutela de Washington.
¿Pueden
esos sectores reaccionarios en estrecha alianza con EEUU propiciar elecciones
transparentes, mediante las cuales el pueblo escoja con absoluta libertad a sus
gobernantes? Por supuesto que no.
Los
pasados sufragios hondureños han sido parte de la continuidad de las
conspiraciones y el golpismo, puestos en práctica contra el gobierno liberal de
Manuel –Mel- Zelaya, derrocado el 28 de junio de 2009.
Resulta
evidente que el Tribunal Superior de Elecciones (TSE) de Honduras está al
servicio de los grupos económicos y sociales hegemónicos, bajo la tutela de la
embajada estadounidense en Tegucigalpa.
En
esa democracia de pacotilla, que ha facilitado un fraude electoral mediante
modalidades bien conocidas en nuestro país, se excluyeron más de 400 mil votos
de la candidata opositora liberal Xiomara Castro.
De
acuerdo a técnicos electorales, el 20 por ciento de las actas presentadas que
dan ventajas al candidato del oficialista Partido Nacional, Juan Orlando
Hernández Alvarado, adolecen de serias inconsistencias.
Pronto
se determinará si las facciones oligárquicas son capaces de mantener la
cohesión y si el opositor partido Libertad y Refundación (Libre), tiene la
suficiente solidez para librar con éxito la batalla poselectoral contra el
fraude.
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