Por ANULFO MATEO PÉREZ
La tragedia en que 19 alumnos y dos maestros murieron tras
un tiroteo en la escuela primaria Robb Elementary, situada en el distrito
escolar de la ciudad de Uvalde, en el estado de Texas, EE.UU, ha conmovido no
sólo a los estadounidenses, sino al mundo que observa cómo la violencia acogota
a esa sociedad.
Ese fenómeno también afecta a la República Dominicana,
dejando un saldo preocupante de muertes, donde se escenifican asaltos a mano
armada, ejecuciones extrajudiciales, violaciones sexuales, feminicidios y mucho
más.
Todos esos males son generados por un “capitalismo salvaje”
que reproduce hambre, desigualdad y modelos culturales basados en el egoísmo, venta
y consumo de drogas e insalubridad mental.
El desorden institucional se profundiza al ritmo en que el
sistema político, social y económico se resquebraja, acompañado de corrupción,
con su secuela de exclusión, marginalidad, explotación, desempleo y violencia.
No hay duda, la crisis es estructural; el crimen afecta a la
sociedad en todas sus dimensiones: géneros, clases sociales, provocando cifras
elevadas de muertes al año, angustia y dolor en los ciudadanos.
Es la expresión del desorden institucional, corrupción e
impunidad de los que gobiernan para su propio beneficio, mientras los de abajo
sobreviven en la opresión económica y social; recibiendo poco pan y mucho
circo.
Esas pésimas condiciones de vida potencia el vandalismo del
sujeto excluido de los bienes y servicios que debe garantizarle el Estado y a
su vez a “soluciones” que son acompañadas de violencia brutal.
Para enfrentar con éxito la violencia hay que cambiar el
sistema económico, social y político para enfrentar la discriminación social y
económica, por el color de la piel, sexo, edad, religión o ideología.
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