Los remanentes del balaguerato, además de su inveterado reaccionarismo, son
verdaderos caraduras. Sin ningún sonrojo insisten en loar a Balaguer y a su
régimen, argumentando que construyó el país. Por analogía también reivindican a
Rafael Leonidas Trujillo Molina, el gran constructor desde 1930.
El “progreso” trujillista se mantuvo, hasta que las edificaciones de la Feria
de la Paz (1955), marcó el final de la “prosperidad”. Antes, en 1947 había
creado el peso oro y el Banco Central de la República Dominicana.
Aunque en esas dictaduras hubo crecimiento económico, sirvió en gran medida
para perpetuar un poder pervertido, enriquecer a sus allegados y envilecer con
prebendas a los más pobres, sobre un montón de cadáveres.
Y es que los admiradores de Trujillo y Balaguer trascendieron social y
económicamente a sus sombras, o lo hicieron sus antepasados, y nada importa para
ellos que los derechos ciudadanos fueran pisoteados.
Está más que justificada
la indignación, como respuesta a tanta injuria, desprecio y desfachatez de estos
defensores del oprobio. Apuestan al olvido de ese pasado de dolor al que se
intenta regresar.
Otros más audaces llegan hasta a exculpar a Trujillo y a Balaguer,
presentándolos como los mejores presidentes que ha tenido el país. Entonces,
tenemos que salir al frente refrescándoles la memoria.
Pero, además, es un deber alertar a los más jóvenes para que no retornemos el
despotismo, que entraña conculcación de derechos, persecución, secuestro,
tortura y muerte, que siempre está al acecho.
Como una pesadilla, ese pasado amenaza repetirse cuando el danilismo intenta
reformar la Constitución y así permitir la reelección presidencial o el
continuismo peledeista por otra vía, para desgracia del país.
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