Raíces Radio

domingo, 24 de febrero de 2013

La viuda alegre

Por ANULFO MATEO PÉREZ
 
Doña Berenice Mendieta era muy respetada por todos en el pueblo. Mujer hacendosa, había guardado su viudez de forma impoluta durante diez largos años. 

Su amado esposo, Mario Canalda, había sido acribillado a balazos saliendo de la logia masónica. Seis meses antes, desoyó el llamado del Servicio Militar Obligatorio y al salir de la cárcel se le fue la lengua criticando al dictador. 

La viuda sufría, además, por otro hecho que le taladraba el alma. Su único hijo se sintió asediado por agentes del SIM, justo nueve días después de dar cristiana sepultura a Mario. Luego, su vástago desapareció sin dejar rastro. 

Pese a que era admirada en su infortunio, sus vecinos y amigos, aterrados por los hechos, hicieron mundo aparte, mirándola de reojo.

Doña Berenice sobrevivía a su pobreza porque hacía los mejores dulces del pueblo y los vendía a quienes, venciendo el temor, los solicitaban en la puerta de su casa. 

Los domingos en la mañana rompía la rutina, ataviada con su largo vestido negro y, del mismo color, el infaltable velo que cubría su rostro, para escuchar la misa en un banco de la iglesia, que nadie más ocupaba.

Una noche, la vecina Flor atisbó que un hombre entraba sigilosamente a la casa de doña Berenice. Y a través de la ventana encortinada con visillo veía dos cuerpos en la penumbra que se confundían en un abrazo… y apagaban la luz. 

Desde entonces, fue objeto de las más denigrantes y morbosas murmuraciones; las señoronas más recatadas, para mostrar su desprecio, escupían cuando se encontraban con ella camino a la iglesia. 

Con estoicismo, doña Berenice resistía en silencio el vituperio de la crítica. Prefería la propagación del rumor calificándola de viuda alegre, que poner en riesgo la vida de su único hijo.

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