Por ANULFO MATEO
PEREZ
Casi al final de
la década de 1960, cuando me tocó cursar el cuarto año en la Escuela Superior Dr.
Agustín Stahl de Bayamón, Puerto Rico, se incluía en el pénsum la materia
“Problemas Sociales”, asignatura que describía y procuraba prevenir el consumo
de drogas narcóticas y su impacto biopsicosocial.
Cuando me dirigía
en las mañanas hacia la escuela, era asediado con frecuencia por
drogo-dependientes que me suplicaban “algo” para la “sopa”, es decir, efectivo
para comprar drogas de distintos tipos.
No he olvidado
sus rostros fantasmagóricos, pálidos y abatidos, así como la afectación de sus
hábitos higiénicos, ni a los niños drogados que observaba desde el balcón del
apartamento donde vivía.
Jamás pasó por mi
mente, que mi país podía ser víctima del flagelo de las drogas, tal como
ocurría en Puerto Rico, incluido el sicariato que genera en complicidad con importantes
estructuras del Estado.
El narcotráfico
es un fenómeno complejo porque ha penetrado las súper-estructuras de la
sociedad, la economía y el tejido social, y en sus operaciones envuelve el
lavado de activos y su multiplicación.
En respuesta a
esa problemática, la ONU proclamó en 1995 el Plan de Acción Mundial destinado a
la juventud, que contenía el tema de las drogas como uno de los 10 priorizados,
sin embargo, este se ha agravado.
Para 1924, Salud
Pública en EE.UU. precisaba que en cuatro décadas ese país había importado 7
mil toneladas de opio crudo y unas 800 toneladas para fumar, con tres millones de adictos al final de siglo
XIX.
La
drogo-dependencia, la narco-política, el narco-Estado, las distorsiones
económico-sociales y la violencia social que genera son realidades de hoy.
¿Cuál candidato presidencial tiene planes para enfrentar esos males?