Por ANULFO MATEO PÉREZ
La
última semana de julio ha concluido con un alto saldo de muertes violentas por
accidentes de tránsito, asaltos a mano armada, ejecuciones extrajudiciales,
entre otras modalidades de violencia, generada por un capitalismo que reproduce
hambre, desigualdad y modelos culturales basado en el egoísmo.
El
asalto a dos bancos comerciales y muerte de un vigilante en uno de ellos vino a
cerrar con “broche de oro” el nivel de violencia de la semana; ahora se
pretende ignorar las verdaderas causas de esos hechos.
Con
el impreciso término “inseguridad” se trata de encubrir la dinámica de
violencia permanente e integral, por los brotes de esta de parte de sujetos
desempleados, excluidos, marginados y explotados.
Ese
tipo de violencia es forzada, cuando los poderosos cierran las vías de la
expresión organizada de la lucha de clases, libertad sindical, huelgas
pacíficas y otras modalidades de protestas colectivas.
De
manera que el problema estructural de la violencia afecta a la sociedad en
todas sus dimensiones: género y clases sociales, provocando miles de muertos al
año, gran angustia y dolor en los ciudadanos.
Es
la reproducción del desorden institucional, corrupción e impunidad de los que
gobiernan para su propio beneficio, mientras los de abajo sobreviven en la
opresión económica y social; excluidos y discriminados.
Esas
pésimas condiciones de vida potencia el individualismo del sujeto excluido de
los bienes y servicios que debe garantizarle el Estado y a su vez a
“soluciones” que son acompañadas de violencia brutal.
Para
enfrentar con éxito la violencia hay que cambiar el sistema económico, social y
político por otro donde no exista discriminación social ni económica, o por el
color de piel, sexo, edad, religión o ideología.
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