No se trata de una crítica a la película británica que lleva ese nombre, bajo
la dirección del polaco nacido en Francia, Roman Polanski, sino a la situación
en que se halla el presidente Danilo Medina tras el escándalo de sobornos a
funcionarios del Gobierno de parte del consorcio brasileño Odebrecht.
En estos momentos ningún representante de la partidocracia se sentiría a
gusto calzando los zapatos de Medina, enfrentado a una realidad que desborda lo
nacional y se enlaza con otras donde no tiene dominio.
No niego que el mandatario tiene el control absoluto de todos los poderes del
Estado para cubrir con el manto de la impunidad el estallido de la
descomposición ético-moral del sistema político que le sustenta.
No obstante, insistir en el encubrimiento de la corrupción podría potenciar
la crisis política que se avizora en el futuro inmediato en el país, cuando el
techo de su gobierno se agrieta por falta de apoyo.
Actuar de espalda a la vibrante reacción de los dominicanos frente a la
corrupción y la impunidad, al caos institucional, a la inseguridad y carestía de
los artículos de la canasta básica… es un suicidio.
La “marcha verde” del pasado 22 de enero dejó sentado el firme descontento de
los dominicanos, conscientes de que por el sendero que el peledeismo conduce al
país se llega sólo al despeñadero.
De manera que el dejar hacer y el dejar pasar respecto a la corrupción de
parte del presidente Medina y sus antecesores, o actuar en connivencia, le ha
llevado a un angosto callejón sin salida.
Todo esto me hace recordar la guaracha del compositor Armando Mustelier,
interpretada por el también cubano Miguelito Valdez, conocida como “Chacumbele”,
que repetía el estribillo “él mismito se mató”.
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