Por
ANULFO MATEO PÉREZ
Uno
de los grandes males que se han ido estructurando en la sociedad dominicana es
la cultura del ascenso socio-económico a través de la corrupción de Estado, promovida
por los que gobiernan y disponen a su antojo de los recursos públicos para mantenerse
en el poder de forma autoritaria e ininterrumpida.
Promueven
el juego de azar, narcotráfico, lavado de activo, mendicidad, asistencialismo
politiquero, nominillas de “botellas” pagadas con recursos públicos y canonjías
a cambio de genuflexión política.
Como
parte de la descomposición que han promovido en el país, apreciamos un repunte
de la prostitución femenina, masculina e infantil, así como del raterismo y
pandillerismo que acogotan a los dominicanos.
Los
que gobiernan, más que dirigentes de una nación, son grandes empresarios
anidados en los recursos públicos, los que se reparten a través de la inversión
estatal y la articulación con redes bien organizadas.
Han
hecho de la administración pública un estercolero, el súmmum de la ineficiencia
y el despilfarro; se nutren del erario succionando la mayor parte y
“boroneando” a sus promotores más comprometidos.
Frente
a este desastre habría que repetir con Américo Lugo, de que “el pueblo dominicano
no constituye nación”, por el envilecimiento al que se le había sido sometido
desde la intervención yanqui de 1916.
Lo
peor de todo esto, es que los gobiernos del PLD han ido inoculando la insensibilidad
frente a la corrupción, de manera que la descomposición ético-moral de la
sociedad se considere como algo muy normal.
Contra
lo que alertó Hannah Arendt al citar la “banalización del mal”, que promueve la
sumisión a la “autoridad” y justifica la incondicionalidad irracional para
violentar normas de respeto a la dignidad humana.
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