El
retraso político, la desmovilización social, debilidad orgánica de los
trabajadores y otros sectores oprimidos por el gran capital y los grupos que
gobiernan, es lo que ha permitido la entronización de la dictadura
institucional que viene liderando el peledeismo durante los últimos 16 años en
el país.
Lo
que ha ido estructurando es un control absoluto de la sociedad a través de sus
organizaciones, en muchos casos cooptando a las claques que las dirigen o
llevando a su seno “agentes” del oficialismo.
Los
poderes del Estado juegan el papel que traza la dirección política del PLD,
incluso al margen de la
Constitución y las leyes que ella misma ha creado, cerrando
cada vez más los espacios democráticos.
La
oposición se mantiene muy dispersa, sin ningún punto de encuentro, lo que le ha
permitido a Danilo Medina y su funcionariado, como a su predecesor, el
continuismo y relativa estabilidad político-social.
Los
partidos que se consideran a sí mismos opositores carecen de un verdadero plan
para disputarle el poder al PLD y no pocos apuestan a la espontaneidad,
marcados por una subjetividad pesimista.
No
trabajan para crear el factor consciente en los actores sociales, en los
trabajadores, estudiantes, campesinos, profesionales… que permitiría el
crecimiento firme y ascendente de la lucha social y política.
Tanto
arraigo tiene el pensamiento de la predestinación política, que poco falta para
crear el culto a la espontaneidad, teorización y denuncia política, como
expresión contemplativa de la realidad dominicana.
Mientras
todo eso ocurre, los que gobiernan no improvisan absolutamente nada; van
moviendo sus fichas con toda tranquilidad para perpetuarse en el poder,
desconociendo todos los preceptos democráticos.
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