Cuando la tiranía trujillista fue decapitada el 30 de mayo de 1961, muchos pensamos que entrábamos a un nuevo estadio, donde la libertad y la democracia serían las bases para dirigir el país por un nuevo camino hacia el bienestar del pueblo dominicano, que sufrió 31 años de la más tenebrosa oscuridad.
No olvido cuando papá me llevó a un acto político donde entre otras cosas se quemaba el carnet del Partido Dominicano (La Palmita), que se portaba de forma obligatoria para el ciudadano y que de no hacerlo era apresado.
Junto a La Palmita, había que hacerse acompañar de la cédula -sellada con el pago del impuesto anual- y el carnet del Servicio Militar Obligatorio, documentos que las autoridades llamaban “Los tres golpes”.
Es increíble que más de medio siglo después, el trujillismo sea la “madre nutricia” del pensamiento de los que han dirigido y dirigen el país, con el apoyo de los poderes fácticos y sus apologistas asalariados.
Ese proceder abusivo, antidemocrático y perverso niega el derecho a la libre expresión de las ideas y a las protestas pacíficas; reprimiéndolas y criminalizándolas como en los 22 años de régimen balaguerista.
Vivimos la dictadura en carne propia, cuando aún siendo niño los paleros apedrearon nuestra residencia, lo que motivo que papá nos extrañara a todos del hogar, para evitar los riesgos de alguna agresión.
O como ocurrió en 1968 cuando fui apresado por el G-2 del Ejército Nacional, encerrado en cárcel solitaria, torturado con simulacro de ejecución con arma corta e imputado de conspiración contra el Estado.
Esas vivencias me fortalecen el espíritu para condenar con energía la represión oficial contra los profesores de la UASD, las marchas de los médicos y ciudadanos que luchan contra la corrupción de Estado.
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