Por ANULFO MATEO PÉREZ
Eugenio María de Hostos no murió de ninguna enfermedad, sino de “asfixia
moral”, había expresado el humanista Pedro Henríquez Ureña durante las exequias
al insigne educador boricua y latino-caribeño, como ha ocurrido con muchos otros
hombres trascendentes por su rectitud e inclaudicable patriotismo.
El cubano Eduardo Chibás Ribas, en su impotencia ante el gobierno de Carlos
Prío Socarras, uno de los más corruptos de la Cuba prerrevolucionaria, murió por
la misma causa que cortó el aliento a Hostos.
“¡Pueblo de Cuba, levántate y anda! ¡Pueblo cubano, despierta! ¡Este es mi
último aldabonazo!”. A seguida se disparó un tiro, de cuya herida murió el 16 de
agosto de 1951, movilizando a los cubanos.
El arquitecto David Rodríguez García, un profesional de procedencia humilde,
no resistió las presiones perversas de los corruptos enquistados en la Oficina
de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE).
La “asfixia moral” fue la causa de su muerte y así lo dejó testimoniado en
una nota hallada junto a su cuerpo inerte; como denuncia póstuma; como alarido
de impotencia; como su último aldabonazo.
El pus que brota de las instituciones públicas ya salpica desde arriba hasta
abajo a los políticos que se han envilecido en el poder, a los que desde la nada
se han hecho "jorocones" y "tutumpotes" a expensa del erario.
Y toda esta podredumbre traerá el desenlace inevitable de su derrota, del
repudio de los dominicanos a tantos abusos y descaro, como ha ocurrido en otras
latitudes donde la justicia popular se ha impuesto.
Se acerca la hora del compromiso con la patria y espero que no se repita la
frase de Federico Henríquez y Carvajal: “¡Oh, América infeliz, que sólo sabes de
tus grandes vivos, cuando ya son tus grandes muertos!”.
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