Por
ANULFO MATEO PÉREZ
Su
genio político, su ejemplo de audaz combatiente guerrillero, de batallador de
las ideas, escudriñador de lo más insondables secretos de la vida, hombre de
armas y de paz, amigo del medio ambiente, defensor de la igualdad de derechos
entre los seres humanos, ese es el Fidel que viaja hacia la eternidad.
Su
convencimiento de que la solidaridad es lo más sublime del ser, su tenacidad en
la defensa de la dignidad humana, del derecho a la educación, a la salud, al
trabajo, a soñar, hacen de Fidel un hombre inmenso.
Honrado
en la lucha contra sus más enconados adversarios, porque los combatió con la
verdad como guía; no claudicó en la defensa del socialismo ni en los momentos
de mayores dificultades y reveses políticos.
En
sus largos discursos e intervenciones en foros internacionales jamás respondió
con insultos, descalificaciones ni calumnias contra los que sí usaron esos
medios para denigrar a Cuba, su liderazgo y a la Revolución.
Fidel
en su grandeza irradiaba humildad en el trato, escuchaba a sus interlocutores,
interrogaba sobre sus dudas, se interesaba por las más pequeñas dificultades de
sus amigos y compañeros de lucha.
En
1986 me sentí muy complacido en compartir con él la misma mesa, junto a Narciso
Isa Conde y un pequeño grupo de dirigentes comunistas, para intercambiar sobre
la unidad y el tema de la deuda externa.
Al
estrechar su mano y confundirnos en un abrazo, de inmediato me preguntó: “¿cómo
van las cosas con Ordaz?” (Comandante Eduardo B. Ordaz Ducungé), entonces
director del Hospital Psiquiátrico de La Habana.
Un
compañero al que Fidel le guardaba admiración y respeto, quien dirigió desde el
triunfo de la Revolución
hasta su muerte esa institución donde me formé en la ciencia y arte de la
neuro-psiquiatría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario