Por ANULFO MATEO PÉREZ
Era previsible desde 2014 que se presentaría una crisis tras los
comicios del 15 de mayo de 2016, cuando intuimos que se iba a imponer
una modificación de la Constitución de la República, comprando
voluntades de legisladores oficialistas y de seudos opositores, para
permitir la reelección presidencial.
Consumado el hecho, Danilo Medina propuso al PLD repostular a todos
los que ocupaban puestos electivos, entre ellos a los que habían sido
sometidos a la justicia por corrupción u otros delitos de Estado.
El gobierno desarrolló una agresiva inversión económica con esos
fines, comprando a muchos opositores, promoviendo la división del PRD y
endosando el apoyo electoral de los que retuvieron esa franquicia.
Sumó a las existentes, a decenas de miles de personas a la nómina
pública y a nominillas a otras tantas destinadas a engrosar el voto
duro, como ocurrió con la tanda extendida en el Ministerio de Educación.
El régimen creó la falsa percepción de un Presidente en la cima de la
popularidad, pagando encuestas maquilladas que coinciden ahora con las
cifras de votos a su favor, otorgadas por una JCE a su servicio.
El caos post-electoral que apreciamos, es el resultado de un fraude
“mal montado”; de los cabos sueltos dejados por el ahora reo brasileño
João Santana, experto en procesos electorales mafiosos.
El manejo del sufragio por la JCE ha resultado un verdadero desorden,
y ahora ese organismo no sabe qué hacer frente a tantas evidencias de
trastrueques de los votos, dando paso al ominoso “Plan Hurón”.
Si existiera un TSE de jueces honestos, tendría que anular estos
comicios, plagados de fraudes y abusos de poder, convocando de inmediato
a nuevas elecciones con otra JCE, que respete la libérrima voluntad
popular.
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