Por ANULFO MATEO PÉREZ
La
palabra oral tuvo siempre un valor intrínsico, ceñido a preceptos religiosos,
éticos y morales, con repercusión a favor o en contra del honor de quien se
comprometía con ella en un pacto, acompañándose a veces con el ritual de una
mirada a los ojos de la contraparte y un simbólico apretón de manos.
La
aparición de la escritura constituyó un hito para dar paso de la sociedad de la
barbarie a la civilización, no obstante, tenemos que admitir que la palabra oral
no deja de ser un elocuente dato civilizado.
Hemos
escuchado de nuestros mayores, que en el pasado reciente los contratos mediante
la palabra oral entre dos hombres, sin que aún existiera el estudio del ADN,
sólo se acompañaba con un pelo del bigote.
“La
palabra es sagrada”, se solía decir, y debía ser cumplida por encima de todas
las circunstancias, y de no ser así malograba el honor de la persona que
incumplía el compromiso o negaba el mismo.
Desconocer
un trato, hecho mediante la palabra oral, es decir, mentir para no corresponder
al acuerdo entre las partes, llevaba al repudio o a la violencia, por ser muy
ofensivo para la persona defraudada.
Es
de lamentar que los politiqueros hayan devaluado tanto la palabra oral, y
también la escrita, mintiendo en cada acto de su vida ante los ciudadanos;
usando contra el país la simulación y el engaño vil.
El
maestro de la simulación y el engaño lo fue Joaquín Balaguer, quien se reeligió
una y otra vez en la
Presidencia, lastimando el sentir democrático de los
dominicanos, testimoniado durante la tiranía de Trujillo.
La
violación del presidente Danilo Medina a la palabra empeñada, en cuanto a no
optar por la reelección al cargo, tiene un precio político muy alto, ante un
pueblo cansado de tanta demagogia y fraudes políticos.
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