Los hechos de violencia ocurridos en los últimos
días han estremecido con características sísmicas al país, porque ahora han
tocado a estructuras del poder político, pero en esencia no se diferencian en
lo absoluto de los que se escenifican en toda la sociedad y en particular contra
el ciudadano de a pié.
No se trata de algo casual, sino fruto de la naturaleza
del Estado mismo, como el principal organizador y concentrador de la violencia
estructural, ahora bajo el control de grupos marginales emergentes.
Sectores políticos que se han sobredimensionado por
encima de la clase gobernante tradicional, de la burguesía como tal, que usan
el poder y la violencia como medio para obtener ventajas económicas.
Como afirmara Federico Engels en el Anti-Duhring
(1877): “…el poder, la violencia, no es más que el medio, mientras que la
ventaja económica es el fin”, en este caso monopolizado por un grupo político
desclasado.
Es decir, intentarán poner un velo a la violencia estructural, legitimarán la represión institucional y deslegitimarán toda violencia social contra el sistema, lo que entraña una manipulación ideológica.
De lo que se trata es de una estructura social
injusta, de un orden social basado en la explotación del trabajo por el
capital, en la exclusión y marginación económica, social y cultural de las
mayorías.
Todo ello montado sobre el neoliberalismo y un
poder gansterizado, no por una clase en sí, sino por un partido que como el PLD
ha descarrilado el tren del Estado, creando el caos y el “sálvese quien pueda”.
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