Raíces Radio

jueves, 13 de febrero de 2014

Torre del balbuceo

Por: ANULFO MATEO PÉREZ 

Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras. Los hombres en su emigración hacia oriente hallaron una llanura en la región de Senaar y se establecieron muy contentos allí. 

Y se dijeron unos a otros: “Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego”. Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras y de un extraño betún blanco blanquito en lugar de argamasa. 

Luego dijeron: “Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos sobre la faz de la Tierra”. “¡E’ pa’rriba que vamos!”.

Mas Yahveh descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: “He aquí que todos forman un solo pueblo, todos hablan una misma lengua y todos comen solos, siendo este el principio de sus empresas”. 

Entonces, el semita Arturo del Tiempo Marqués dio inicio a la construcción de la Torre de Babel –conocida luego como “Torre Atiemar”– y al no hallar piedras utilizó ladrillos, unidos entre sí con argamasa de cocaína.

El dios asirio Ninurta olfateó el tóxico olor de tan extraña mezcla y mandó a trancar el Tiempo, con todo y reloj Rolex, e incautó el “material”. Al conocerse la noticia en la “Torre Atiemar”, todos se tornaron con la piel de gallina y los pelos de punta.

Y para evitar que “pandiera el cúnico” y se armara la de “no te menee”, una voz celestial dijo: 

“Descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros”. De modo tal, que todos los condómines se volvieron sordos y mudos.

Así, con un picazo inaugural, Yahveh amarró la lengua de los adquirientes del “vetusto” inmueble. Y desde entonces, poco se sabe de Babilonia, de la Torre y de los sordomudos. Palabra de Dios. ¡Te alabamos Señor!

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