Por ANULFO
MATEO PÉREZ
I
Hoy más que nunca se hace necesaria analizar ética y política en la República Dominicana, sobre todo cuando las clases dominantes y sus representantes en la sociedad burguesa han separado los mismos en una praxis tan cotidiana, que han hecho de ello una regla en la conducción del Estado.
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Hoy más que nunca se hace necesaria analizar ética y política en la República Dominicana, sobre todo cuando las clases dominantes y sus representantes en la sociedad burguesa han separado los mismos en una praxis tan cotidiana, que han hecho de ello una regla en la conducción del Estado.
El
tema preocupa desde tiempos remotos, cuando Nicolás Maquiavelo, entre el siglo
XV y XVI, profundizó en el análisis de los principados en una Italia
desarticulada. Esta realidad es descrita en su obra cumbre, El Príncipe.
En
ella contrapone la ética a la política, muy a pesar de que en la actualidad sus
defensores a ultranza lo consideran el mejor exponente y prístino de la
mentalidad más avanzada de su época.
La
comparación entre maquiavelismo y marxismo lleva a pensar en uno de los asuntos
más importantes de nuestros tiempos, el de la relación entre política y delito
de Estado.
En
momentos de crisis y “resquebrajamiento moral”, como ocurre en la actualidad en
nuestro país, quienes detentan el Poder sienten una gran atracción por el
“comunitarismo” tradicional de la mafia.
Y
en ese ámbito de corrupción en esta pseudo-democracia, tratan las infracciones
a la ley como se tratan los asuntos domésticos en el seno de la familia, donde
la ética y la política no son términos contrapuestos ni excluyentes.
Pero
partiendo de realidades donde la ética y la política no son términos
contrapuestos ni excluyentes, sino pilares de la conducta humana emancipadora,
se debe distinguir entre “hermandad mafiosa” y “fraternidad política”.
Vistos
los conceptos desde este ángulo crítico, la asunción indisoluble de los dos
primeros términos viene a convertirse en una prolongación de la concepción
antigua, clásica, de ellos. De la concepción griega, aristotélica.
IILa doble moral en la cultura burguesa es expresión directa de quienes intervienen en la política careciendo de un marco conceptual ético. Partiendo de esa premisa, podemos entender la conducta política de quienes expresan su vocación democrática cercenando los derechos del pueblo.
Así, expresan su lucha contra la pobreza y la asunción de ideales moralizadores, de soberanía e independencia, mientras reivindican históricamente a los sustentadores de regímenes nefastos como el de Trujillo.
De modo que la parafernalia montada en cierta ocasión en el Palacio Nacional por Leonel Fernández para celebrar el centenario del nacimiento de Joaquín Balaguer, no sólo debe valorarse como oportunismo o “habilidad” política.
Esa conducta debe entenderse como una práctica “neomaquiaveliana”, que separa lo ético de la política. El alborozo en la sede de gobierno peledeista lo sustentaron aceptando como válida la vida y obra de Balaguer.
El cortesano de la era de Trujillo, ensalzado en el Palacio Nacional, se apartó de toda ética para satisfacer su necesidad psicológico-existencial, cuya adicción al poder fue consustancial a su personalidad.
Pero también fue vinculante a su pensamiento político-económico-social, inconmovible a los requerimientos de cambios y ruptura del estatus quo, representado por él y la clase social gobernante a quien le servía.
Para nuestro país ha sido traumática la incidencia política y dirección del Estado dominicano por los alumnos “más aventajados” del profesor Juan Bosch. Y frustratorios los esfuerzos intelectuales de él.
De nada sirvió que el autor de La Mañosa se esforzara para darle contenido “ético” al accionar del PLD. Su labor ha terminado pulverizándose, y en su huerto las “auyamas han parido calabazas”.
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