Por ANULFO MATEO PÉREZ
Analizando la conducta de ciertos intelectuales, o que presumen
serlo, debe uno remontarse al 13 de febrero de 1936, cuando Américo Lugo
le “enmendó la plana” a Trujillo. Lugo no pensó nunca que el
envilecimiento de muchos de sus coterráneos, más de seis décadas después
tendría en otros sus relevos, cuando el neotrujillismo fuera una
realidad.
En su epístola dirigida al dictador, Lugo decía: “La excelsitud no se
improvisa (…). “La actual generación dominicana es precisamente, en mi
pobre concepto, la más desgraciada…”.
Lo atribuía a la Ocupación Americana de 1916, “que fue escuela de
cobardía y envilecimiento, debilidad y corrupción, y cuya acción
depresiva y deletérea destruyó la energía del carácter…”.
Lamentaba que se había perdido la seriedad de la palabra, la
vergüenza en el obrar, dejando a un “pueblo muelle” despreocupado y
descreído sobre esta “tierra de acción y de fe”.
Decía José Martí, que cuando hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.
Por eso Lugo llamó príncipe de la libertad a Francisco del Rosario
Sánchez y reconoció a Meriño frente a Santana, a Luperón frente a España
y a Emiliano Tejera frente a Báez.
A los lisonjeros de hoy, los mismos que hacen fila en el Palacio
Nacional para saludar al presidente, les dejó este ejemplo de dignidad
contenido en la siguiente frase dirigida a Trujillo.
“…que nadie pueda erróneamente figurarse que pertenezco a la
farándula que sigue a Ud. como sigue a todos los potentados de la
tierra, tratando de medrar a cambio de lisonjas”.
Al igual que Aristóteles, que entendía que “un montón de gente no es
una república”, Américo Lugo decía tener la creencia, “cada vez más
arraigada, de que el pueblo dominicano no constituye nación”.
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