Raíces Radio

sábado, 23 de enero de 2016

Trampas electorales

Por ANULFO MATEO PÉREZ 

I

La política dominicana se ha nutrido de otras experiencias, por lo que se replicó aquí “Vergüenza contra dinero” (1962), lema del Partido Ortodoxo cubano (1947); el símbolo del “Jacho prendío”, inspirado en la Marcha de las antorchas, tras el asesinato en Colombia de Jorge Eliécer Gaitán (9 de abril, 1948).


La hoz y el martillo, emblema de la unidad obrero-campesina europea, levantado por los comunistas; ¡A la carga!, del colombiano Carlos Arango Vélez y a la que Joaquín Balaguer le agregó: “Reformistas”.

Completó la consigna con: “¡A pasos de vencedores!”, orden dada por el general José María Córdoba a su división durante la Batalla de Ayacucho en Perú (1824), durante la guerra de independencia.

“Hacer lo que nunca hicimos, corregir lo que hicimos mal y continuar lo que hicimos bien”, usada en la campaña electoral de la derecha salvadoreña (2012), representada por Norman Noel Quijano González.

Pero, además, la práctica del “clientelismo” para comprar votos, y a cuyos activistas pagados para esa práctica se le conoció en Cuba, antes del triunfo de la Revolución (1959), como “sargentos políticos”.

Compra de traidores, votos y cédulas; dislocación de votantes, falsificación de actas y voto-cadena son algunas de las “armas mortíferas”, copiadas de otros países por el oficialismo para usarlas contra la oposición.

En este tramo, hasta el 15 de mayo, se pondrá en marcha todo eso y mucho más. Los recursos públicos seguirán siendo usados impunemente contra los opositores, ante los ojos de la JCE, TSE y de todos nosotros.


Y las “bocinas” a sueldos, financiadas con el erario, se amplificarán con más intensidad a través de los medios de comunicación para desvirtuar la realidad, mentir, confundir… como parte del “fraude colosal”.

II

El fraude electoral no se limita al momento en que se deposita el voto en la urna, sino que el sistema mismo está organizado y funciona para imponer contra la voluntad popular a los que detentan el poder y se benefician de él, por lo que en esencia lo convierte en inequitativo o francamente parcializado.  

Las organizaciones emergentes opositoras, llamadas minoritarias, tienen grandes trabas para obtener su reconocimiento y si lo alcanzan es a condición de pactar con el oficialismo, salvo raras y honrosas excepciones.

Si las opositoras más firmes obtienen la habilitación de la JCE, pierden esa condición en el proceso, por el carácter excluyente del sistema, y sus seguidores terminan engrosando la franja abstencionista.

Esto sucede porque la JCE y el TSE actúan por órdenes del oficialismo, sin disimular la manipulación en sus decisiones más importantes, como ha ocurrido al mediar en las disputas internas del PRD y PRM.

Cierto, los reeleccionistas carecen de respaldo popular, pero el gobierno ha multiplicado los “electores cautivos”, los cuales abultan las nóminas de las instituciones públicas o son incluidos en nominillas.

Como parte del fraude y para asegurar el voto duro, el gobierno también ha dispuesto que muchos de sus seguidores cobren en varias de sus dependencias, como ocurre en Educación con la tanda extendida. 

Pese a los esfuerzos del reeleccionismo para imponerse, la oposición puede hacer abortar ese propósito si moviliza desde ahora a los distintos sectores sociales y políticos bajo las mismas consignas y objetivos.

Un nuevo gobierno de amplias mayorías es posible a partir del 16 de agosto, si esa oposición asume un programa consensuado y coloca en primer plano el interés nacional por encima de los particulares.

domingo, 17 de enero de 2016

Cinismo político

Por ANULFO MATEO PÉREZ

En nuestro país y en otros ámbitos, “cinismo” es un calificativo despectivo para quien ostenta impudencia, obscenidad descarada y falta de vergüenza a la hora de mentir o defender conductas deleznables, que hoy son alegadas virtudes de políticos que niegan pan y ofrecen mucho circo a los dominicanos.

Si Diógenes de Sínope viviera en estos aciagos días entre nosotros, bajo los candentes rayos del sol y con su lámpara encendida, recorrería la administración pública buscando un hombre honesto sin ningún éxito. 

El cinismo de Diógenes se distancia de ese calificativo, acuñado a los politiqueros que roban y mienten al pueblo sin sonrojarse, porque él hablaba con la verdad y despreciaba las riquezas y bienes materiales.  

Y si fuéramos a analizar las gestiones de gobiernos y administraciones del erario de los últimos 50 años, no tendríamos que plantear la discusión sobre la hipótesis de los más honestos, sino de los más corruptos.

De manera, que la afirmación de Danilo Medina de que su Gobierno pasará como el más honesto de la historia republicana, más que el de Juan Bosch y Francis Caamaño, se inscribe en el cinismo político.

Porque este gobierno peledeista es fruto de la defraudación del erario y un déficit fiscal de 205 mil millones de pesos, usados por el presidente Leonel Fernández para llevar a Danilo Medina al Palacio Nacional.

No debe Medina, ni sus apologistas, vanagloriarse de “gobierno más honesto”, luego de ratificar en sus puestos a conocidos desfalcadores del anterior y nombrar a otros que exhiben fortunas obscenas.  


Pero además, es humor negro presumir de “gobierno más honesto”, cuando se pretende imponer al pueblo la reelección presidencial con los recursos del Estado, cortejada de tantos candidatos corruptos. 

domingo, 10 de enero de 2016

Hegemonía y elecciones

Por ANULFO MATEO PÉREZ
I
La cuestión electoral siempre ha dividido a las izquierdas dominicanas, quienes deben actuar unidas para avanzar y apuntalar posiciones que las conduzcan al poder político, al control del Estado, para realizar los cambios económicos, sociales y políticos a favor de las mayorías, vale decir, de los trabajadores.

Decía Antonio Gramsci, fundador del PC italiano, que “no puede constituirse un partido político basándose exclusivamente en el abstencionismo electoral. Es necesario un estrecho contacto con las masas”.

Es ilusorio pensar que a través de las elecciones las izquierdas van a conquistar el poder mediante reformas paulatinas, sin un cambio sustantivo de la estructura político-militar del Estado de carácter burgués.

Pero es un error político abstenerse en el proceso electoral, partiendo de la conceptualización anterior, y sería igualmente ilusa y voluntarista, ya que en las elecciones no se disputa el poder.

Debe entenderse que la vía electoral, en un “momento no revolucionario”, es el escenario coyuntural donde las izquierdas para avanzar le arrancan a la burguesía los pequeños espacios burocráticos estatales.

Y no se disputa el poder en ese plano, porque la estructura militar es una institución histórica de la burguesía, que posee una doctrina de la clase dominante, alejada de la interacción política con el pueblo.

Así, el poder coercitivo de esa institución conservadora se usará contra cualquier movimiento político que ponga en peligro los intereses de la clase que controla el Estado, en este caso, de la burguesía y aliados.

De manera que las izquierdas mediante la participación electoral deben proponerse modificar la correlación de fuerzas a su favor, en lo que se refiere a la dirección “intelectual y moral” de las mayorías.

II
Si partimos de que la clase dominante se apoya en el poder “militar y burocrático” para ejercer su hegemonía, debemos entender que las izquierdas aunque no pueden disputar lo primero en un proceso electoral, sí pueden hacerlo paso a paso en la “guerra de posiciones”, en lo concerniente a lo segundo.

Es decir, la hegemonía puede disputarse en el proceso electoral, donde las izquierdas junto a los trabajadores pueden subir peldaños hasta lograr la conducción “intelectual y moral” de los sectores populares.

En esa lucha, el movimiento revolucionario puede avanzar y aproximarse al control del Estado, y dar el salto al poder dirigente del proceso político-social, hasta alcanzarlo para su transformación total.

Para llegar al poder debe librarse la lucha política en todos los escenarios, incluido el electoral, hasta que trabajadores y aliados rompan el vínculo ideológico orgánico burgués, la hegemonía de clase.

Aunque el triunfo en los comicios no siempre garantiza la conquista del poder para las izquierdas, como ocurrió con la Unidad Popular en chile (1970), en otras realidades esa vía ha permitido alcanzarlo.

Este último caso lo tenemos en Venezuela (1998), pese al gran retraso en la transformación de las superestructuras de la sociedad, concesiones a sectores burgueses y debilidades en la conducción política.

Por eso, las izquierdas deben constituir un frente opositor a la dictadura institucional y a los afanes reeleccionistas de Danilo Medina, concretar acuerdos puntuales con otras fuerzas para romper su aislamiento.

No confundir acuerdos con subordinación, como ha sucedido con pseudo-izquierdistas cooptados por el PLD y PRD. No, los pactos deben servir para las izquierdas avanzar y desarrollar su proyecto político.